La artista argentina Ivana Vollaro muestra su trabajo en la Galería Hache




    Los museos nos otorgan generalmente la tranquilidad de que las piezas que muestran han pasado por sucesivos filtros que autorizan a decretar que ellas pueden llamarse “obras de arte”. Pero ¿qué ocurre con el arte contemporáneo? ¿Qué sucede cuando los trabajos de los artistas actuales se presentan por primera vez al público? ¿Quién o qué instancia legitimadora atravesaron para declarar que se trata de “arte”? ¿Cómo lo sabemos?
    Hay un riesgo en el arte contemporáneo, una apuesta por lo distinto, un interrogante acerca de qué obras y autores serán el arte del futuro, el que será incluido en los libros de historia del arte. Pero, ¿es eso importante? ¿Sólo puede crearnos emoción el arte del cual sabemos anticipadamente que ingresará al canon?
    En principio, se trata de un arte que nos habla del presente. Es una de sus virtudes, pero también por ello es más difícil de aprehender, porque su materia es elusiva, frágil, impalpable. Es necesario tener todos los sentidos abiertos y despiertos para apresar el ahora, lo contingente, eso que está “dando vueltas en el aire”.
    Así, el arte contemporáneo nos ofrece retos, un camino poco cómodo para transitar. No siempre es fácil declarar desde el inicio “¡Esto me gusta!” Tal vez la obra no se ofrezca transparente y clara desde el principio. Será preciso entonces permanecer frente a ella un buen rato, tejer todo tipo de asociaciones intelectuales y emocionales, documentarse, leer los textos de los curadores y críticos, dejarse permear por lo diferente, por lo descodificado, aquello que apenas tiene un nombre clasificatorio.
    Este es el desafío al que nos invita Ivana Vollaro (Buenos Aires, 1971) en su muestra individual Una rosa, es una, curada por Santiago García Navarro. La artista parece operar a partir de elementos que encuentra en la realidad y que traduce a fotografías, video, instalaciones, audio, proyección y still de película. Al inicio, un cartel con la frase “Hay lugar” (2018), ubicado junto a la puerta de acceso, acaso nos da la bienvenida al espacio de exposición. Luego aparece una fotografía de un grafiti en plena calle con la frase que da título a la muestra (un verso de Gertrude Stein) (2010), cuyo final es abrupto, dejándolo sugerido pero incompleto, listo para que Vollaro lo recoja y lo transforme en obra. En otro caso, una polaroid (Metapolaroid, 2004) nos enseña, como en una duplicación de sí misma, un fragmento de calle que parece ser justamente también una polaroid (una puesta en abismo con una técnica analógica que hoy nos resulta casi artesanal).
    Un lugar especial ocupa la instalación Copacabana (2004), un cartel reconstruido que utilizando una tipografía típica de esa zona de Río de Janeiro de las décadas de los ‘50 y ‘60, resulta ser una referencia a la famosa playa carioca a la vez que una abstracción, desnuda y desprovista de su contexto original, pero cargada con la simbología y el imaginario que nos suscita ese territorio. En paralelo, un still de la película Now, voyager con el subtítulo “Copacabana. Esa palabra tiene música” (2018) muestra a una mujer y un hombre mirando fuera de campo, lo que nos sugiere una paisaje que no vemos, pero que intuimos.
    No line on the Horizon (2009/2017) es una fotografía de la fotografía del reconocido artista japonés Hiroshi Sugimoto, pero a diferencia del original, la obra de Vollaro presenta un horizonte dislocado. La imagen de Sugimoto sirvió también como portada del disco homónimo de U2.
    También se tiene acceso a un audio. Un mensaje telefónico que invita a elegir entre masculino o femenino, da como inválida la operación al no optar por ninguno de los dos.
    La historia del arte se hace presente en las obras Klein, Dubuffet y Pollock (2010/2017), tres fotografías de tres reproducciones de obras de esos autores. Las mismas pertenecen al libro del historiador y crítico italiano Giulio Carlo Argan, con el que la artista estudiaba con fotocopia de fotocopia, lo que podría poner de relieve lo costoso de acceder al original. El contraste se torna más profundo al notar que esas obras de arte, originalmente llenas de color, son vistas en blanco y negro. Las tres fotos ponen en juego la noción de copia.
    La idea de duplicación reaparece en la proyección de una fotografía digital que toma la sombra de una obra ya incorporada a la historia del arte, el secabotellas de Duchamp. Este ready-made (objeto encontrado) fue comprado por el artista francés, descontextualizándolo de su función original y replanteando qué es una obra de arte. Pero, ¿por qué Vollaro capta la sombra del secabotellas y no su original? Tal vez se trate de una mirada desviada, oblicua, que busca su camino por fuera de las expectativas, mostrando a veces los efectos (no necesariamente los orígenes), con pleno derecho a la existencia: una sombra, una fotocopia, la fotografía de una fotografía, la reconstrucción de un cartel.
    Los trabajos de Vollaro nos presentan un interrogante. Parecieran ir más allá del objeto (la materialidad de la obra) y buscar conectar con las interpretaciones de los espectadores. No buscan representar la belleza entendida en el sentido tradicional, sino elaborar dispositivos que precipiten la reflexión, la sorpresa, la no linealidad del pensamiento. Si bien todos ellos comparten rasgos comunes, cada uno presenta a su vez su propia lógica, su particular modo de otorgar sentido, de convocar un desciframiento. Bastará llegar al espacio de exhibición y dejarse atravesar por la experiencia de lo nuevo.

Orlando Speranza

En Galería Hache, Loyola 32.
Hasta el 9 de junio.
Gratis.

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