La esencia de la fotografía. La cámara lúcida, de Roland Barthes



Roland Barthes


Retrato de familia. James Van der Zee (1926)


  Lo que sigue es una reseña de La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía, el libro que Roland Barthes publicó en el mismo año de su muerte: 1980. Oscura coincidencia, ya que se trata de un texto que indaga, entre otros temas, en la muerte. Utilizando un registro completamente subjetivo, donde expone sus ideas y sus emociones personales con respecto a su objeto de estudio, construye paralelamente una teoría sobre la fotografía. En esa teoría no faltará, como le es propio, una definición de su esencia, es decir, aquello que la convierte en única, una singularidad dentro del mundo de las imágenes.
    Pero para llegar a esa definición debe realizar una operación de despeje, separar lo subjetivo, el registro biográfico, de lo teórico. Porque de otro modo, esos órdenes llegan a confundirse. Él mismo apunta que “una subjetividad reducida a su proyecto hedonista no podía reconocer lo universal.” Pero, una vez más, la respuesta al enigma de la naturaleza de la fotografía, de ese universal anhelado, está en su interior: “Debía descender todavía más en mí mismo para encontrar lo evidente de la Fotografía, ese algo que es visto por cualquiera que mira una foto y que la distingue a sus ojos de cualquier otra imagen.”
    Antes de esa enunciación, Barthes elabora una serie de categorías que le servirán como herramientas de acceso a las fotografías. Así, el Operator es el fotógrafo, el Spectator es el espectador y lo fotografiado es el referente, al que el autor llama Spectrum, porque esta palabra alude a espectáculo y “le añade ese algo terrible que hay en toda fotografía: el retorno de lo muerto.”
    Luego procede a explicar dos nociones fundamentales de su teoría, acaso las más conocidas del libro: studium y punctum. El studium de una foto es “una suerte de dedicación general, ciertamente afanosa, pero sin agudeza especial.” Y agrega: “es el mismo tipo de interés vago, liso, irresponsable, que se tiene por personas, espectáculos, vestidos o libros que encontramos ‘bien’”. En el studium, el interés nace del sujeto y se dirige hacia la foto, es un interés cultural por el objeto, no lo hiere. Mientras que en el punctum el estímulo sale de la foto como una flecha y punza al espectador. Barthes lo define como “pinchazo, agujerito, pequeña mancha, pequeño corte y también casualidad.” El punctum provoca una “herida”, una fascinación, es menos común que el studium y es azaroso: el fotógrafo no lo controla.       
    Las fotos que sólo poseen studium no revelan una disrupción, generan un interés casi mundano, pero no ofrecen ese detalle que las transforma en revulsivas, carecen de punctum. Pero también existe el caso que una foto contenga ambos elementos. Se trata de una relación que Barthes denomina de “copresencia”. El autor cita como ejemplo una foto de una familia negra norteamericana de James Van der Zee (1926). El studium lo hace interesarse por lo que expresa la foto: “la respetabilidad, el familiarismo, un esfuerzo de promoción social.” Pero lo que lo punza es el cinturón de la hermana “sus brazos cruzados detrás de la espalda a la manera de las escolares, y sobre todo sus zapatos con tiras.” Pareciera que el punctum, no es universal, su existencia no implica que deba ser igual para todos.
    En la segunda parte del ensayo Barthes retoma una cuestión central: la indagación en la esencia de la fotografía, esbozada en las primeras páginas donde dice: “la Fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente.” Y eso que no podrá repetirse tiene dos condiciones: es real y sucedió en el pasado. A diferencia de otros discursos, como la pintura, que puede inventar una realidad sin que por ello testifique que esa realidad existió, “nunca puedo negar en la Fotografía que la cosa haya estado allí.” Ésta es la esencia de la Fotografía. El referente es una realidad, algo que existió frente al objetivo de la cámara. De eso no podemos dudar. Y existió en el pasado: “lo que veo ha sido.”  
    Más adelante, Barthes retoma el concepto de punctum y lo redefine a partir de una revelación. Si lo que distingue a la fotografía de otras representaciones es la realidad del referente en un momento dado del tiempo, podría pensarse que ello nos conduce a una transitoriedad de lo fotografiado. Escribe Barthes: “Este nuevo punctum, que no está ya en la forma, sino que es de intensidad, es el Tiempo, es el desgarrador énfasis del noema ‘esto-ha-sido’.” Esto lo lleva a la vinculación con la muerte. Así, en ocasión de referirse a una foto de su madre cuando era niña, la famosa Foto del Invernadero –foto que nunca publica, argumentando que es trascendente sólo para él e indistinta para los demás- en donde el autor cree encontrar su esencia verdadera, apunta: “Ante la foto de mi madre de niña me digo: ella va a morir: me estremezco.”
    En el último apartado del libro, Barthes relaciona la fotografía con la sociedad. No se trata de una relación carente de conflicto. La fotografía verdaderamente revulsiva no se lleva bien con la sociedad. Para Barthes, ésta intenta domesticar la fotografía a partir de dos procedimientos. El primero consiste en considerarla como arte, ya que, como dice el autor, “ningún arte es demente.” Es una fotografía cuyo noema es olvidado, y por tanto su verdadera “esencia” no influye más sobre él. Esta fotografía comulga con el código social, circula en su seno totalmente aceptada.
    El segundo procedimiento consiste en generalizar la fotografía, “trivializarla”, para que ella no pueda reconocer su “excepcionalidad, su escándalo, su demencia.”
    Finalmente, Barthes se plantea si la fotografía es “loca o cuerda” y lo vincula con el realismo. Es cuerda si su realismo es relativo, atenuado por “unos hábitos estéticos o empíricos (hojear una revista en la peluquería, en casa del dentista)”. Será loca si su realismo es absoluto, “haciendo volver hasta la conciencia amorosa y asustada la carta misma del Tiempo, movimiento propiamente revulsivo”. A éste último lo llama éxtasis fotográfico. El autor deberá elegir entre “someter su espectáculo al código civilizado de las ilusiones perfectas, o afrontar en ella el despertar de la intratable realidad.” Es decir, una fotografía obediente, sujeta a las normas de un mundo civilizado o una insubordinada, disruptiva, ligada al noema Esto ha sido, su esencia, la verdad. 

Orlando Speranza

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